domingo, 29 de mayo de 2011

7. OBJETOS PARA LA LECTURA

Recientemente nos llegó un correo electrónico de un bibliotecario, quien manifiesta su preocupación por la inminente desaparición de los espacios para la lectura debido al advenimiento de la biblioteca digital. Argumenta que con la anunciada desaparición del libro impreso, resulta previsible que desaparezcan de las bibliotecas las áreas que se venían destinando a la lectura, debido a que habían sido pensadas para albergar y usar materiales en papel. Asegura que "los nuevos dispositivos de lectura no requieren de ningún mobiliario específicos [sic] por sí mismos". Acaba poniendo como ejemplo la biblioteca de Tecnología e Ingeniería Aplicada de la Universidad de Texas, en donde ya no se utiliza el soporte papel en las colecciones y el mobiliario está pensado para usar computadoras fijas o móviles.
Este comentario nos hace pensar sobre cuáles son los objetos que requerimos para la lectura. Si por un momento lo reflexionamos, quienes usamos anteojos caemos en la cuenta de que sin ellos no podemos leer. Algunas personas con vista cansada también usan lupas. El soporte físico del libro es otro objeto. El librero donde lo coloco, la mesa y la silla que utilizo para consultarlo, el marcatextos, el separador de páginas, el atril para ponerlo en la inclinación que requiero para leerlo, son otros objetos que se usan.
Viene al cabo una anécdota sobre los atriles que me platicó una profesionista, quien decía que su padre era un lector cuantimás. Para reforzar este idea, me comentó que él tenía una colección muy grande de atriles, y que incluso había instalado uno plegable en el baño para leer mientras estuviera sentado en la taza, así como otro semicircular de rieles en su cama, para leer mientras estaba acostado.
Notamos entonces que existe un conjunto de objetos que socialmente se han ido construyendo o adaptando para la lectura y que conforman una suerte de ecología de la lectura, que en principio podemos distinguir por las funciones que les asignamos en relación a un fin principal: Leer para...
Es así como hay objetos que funcionan para atender a nuestra vista (anteojos, lupas y atriles), a la posición de nuestro cuerpo (mesas, sillas y sillones), a la necesidad de resguardar y ordenar (salones, estantes y catálogos), a nuestra memoria y capacidad de comprensión (separadores de páginas, marcatextos, índices, obras de referencia, así como plumas y papel para apuntes), o bien, a nuestra necesidad de apropiación del contenido (volúmenes, copias, impresiones y fotocopias).
Resulta claro que las posibilidades de adaptar nuestro cuerpo y usar nuestra visión condicionan nuestra capacidad de comprensión y nuestra memoria. Además, el potencial de resguardo, organización y apropiación del contenido se impone a nuestros cuerpos de varias formas. De aquí que resulte claro que esta ecología objetual se nos presenta como necesaria para la realización de la lectura.
La preocupación del bibliotecario con la que iniciamos esta reflexión es legítima en parte, toda vez que él sólo se limita al mobiliario, o sea, a una parte de los objetos que se requieren para leer, dejando de lado otro de los objetos que sí representa un cambio radical en aquello que nos dice: El soporte impreso. Dicho de otro modo, ¿cuáles serán las nuevas imposiciones que planteará a nuestro cuerpo y a nuestra vista el texto digital? Su resguardo y ordenamiento, ¿tendrán al menos las mismas bondades que ahora tienen los textos con base en el papel? ¿Y las capacidades de comprensión y memoria? ¿Podremos seguir apropiándonos materialemente del contenido?
Si miramos al pasado, con facilidad encontraremos que los cambios de soportes físicos de los textos han estado siempre vinculados a la voluntad de quienes detentan el poder. Consecuentemente, vemos ahora al poder económico -y junto a él al poder político- desplegar su discurso por distintos medios para convencernos de que el futuro está señalado en el texto digital, y que todo lo que conocemos ahora será historia dentro de algunos años, cuando se haya digitalizado lo más importante.
Pensar sobre el futuro del texto, del contenido, y con ello de la lectura, nos lleva a preguntarnos sobre estos asuntos y otros más que seguramente serán otros retos que deberemos atender.

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