miércoles, 25 de mayo de 2011

4. LEER PARA OLVIDAR

Hace varios años, las maestras Finkelman y Dubovoy publicaron una obra en siete partes que trata sobre las actividades de animación y la formación del hábito lector en la escuela primaria. En el primer volumen de la colección viene una descripción del trabajo que estaban haciendo con los alumnos de un colegio privado. Quiero destacar su clasificación de los lectores:
1) Los que disfrutan de la lectura y leen de vez en cuando, pero no desarrollan el hábito.
2) Aquellos para quienes leer sólo significa una extensión obligatoria de sus actividades escolares.
3) Los niños que por razones especiales huyen del mundo sumiéndose en la lectura.
4) Los niños que leen por placer y tienen además el hábito de la lectura.
El tercer grupo siempre me ha parecido muy interesante y me sorprendió mucho encontrar un caso cuando se difundió la película Matilda (1996, dir. Danny DeVito), pues ilustra de algún modo esta clase de niños. Una lectura posible de esta película es que la  niña confunde la realidad con la ficción, además de que se sugiere que ella descubre sus poderes para mover mentalmente las cosas como resultado de su actividad lectora.
Proust ya había señalado que hay peligro en el leer, y por ello nos previno sobre aquella lectura que en lugar de despertarnos a la vida personal espiritual tiende a suplantarla cuando la verdad se convierte en el material abandonado entre las hojas de los libros, como un fruto que sólo pudo ser madurado por otros.
Estos atisbos nos refieren a la lectura itinerante de Carlos Pereda, que es aquella en la que el texto se convierte, una y otra vez, en punto de partida para un viaje de la imaginación, de la memoria y de la capacidad de soñar. Esta lectura debe regresar al lugar de embarque, pero ¿qué pasa si llega a otro puerto o solamente no llega? Esto es importante considerarlo, más ante la posibilidad de incurrir en uno de los vértigos de los que nos habla el autor y que son momentos de fascinación que pueden envolvernos y de los que ya no nos podremos desprender con facilidad.
Iser recomendaba que para salirnos del texto y poner una distancia entre él y nosotros, es necesario que al terminar la lectura se la podamos platicar a alguien o escribir sobre lo leído. Es a través de este distanciamiento como podremos controlar nuestro acciones al leer.
No se trata de meramente calificar a la lectura de buena o mala por este potencial que tiene, además de que en algunos casos puede resultar sumamente benéfica, como cuando queremos ayudar a alguien a salir de una depresión a través de los textos que le sugerimos leer porque los hemos conocido y valorado previamente.
Más bien, parece que nos encontramos ante un caso de adecuación de nuestras acciones, y por ende está sujeto a la consideración moral. En este sentido, cuando animamos a la lectura o hacemos otro tipo de actividad lectora con otros, ¿sabemos los resultados a los que queremos llegar? ¿Cómo atendemos las divergencias?
Tenemos entonces que la lectura encierra maravilla y riesgo, de tal manera que podemos animar a las personas a leer, pero ellas pueden luego confundir el contenido del texto con la verdad del mundo. Esto nos lleva a preguntarnos sobre la realidad, sobre nuestro estar en el mundo y las responsabilidad que estamos dispuestos a aceptar, y sobre lo que sea esa verdad del mundo que pueden difundir los textos.
Estas son muchas preguntas, muchas dudas, que sin embargo no deben detenernos en nuestra pasión por la lectura, sino más bien animarnos a pensar sobre ella y a desprendernos de esa ingenuidad con que escuchamos reiteramente a otros que la refieren como integradora o apocalíptica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario