miércoles, 1 de junio de 2011

10. NIÑO BUENO VS. NIÑO MALO

Michéle Petit (Foto. Teysseire, 2009)
Hace algunos años acudimos a unas conferencias que impartió Michèle Petit en las oficinas del Fondo de Cultura Econòmica en la salida al Ajusco. La convocatoria no había sido tan amplia, pero muchos acudimos por la fama de Petit a raíz de las traducciones de su obra que había publicado la editorial, así como por los comentarios de los promotores de lectura que la habían leído, amén de que algunos incluso decían conocerla.
Nos instalaron a cerca de 600 personas en un galpón. En el costado derecho había cabinas de traducción, pues las charlas eran en francés. Enfrente teníamos un andamiaje elevado, con un loveseat y una mesita con un florero en la plataforma. Cada uno de los tres días que duraron las pláticas, Petit subió y bajó dos veces la escalera del andamio, pues había intermedio para el café y venía a convivir con nosotros.
Nos platicó que es antropóloga y que desde 1992 se había interesado por estudiar la lectura, particularmente en las zonas rurales, suburbanas y marginadas. El último día nos mostró la biblioteca pública en la que trabajaba, que se encontraba en los suburbios de París en un área de población mezclada, pero con preponderancia de descendientes de africanos. Pudimos ver una biblioteca de regular tamaño enmedio de un arenal con juegos, toda llena de niños que leían fuera y dentro. Alrededor se notaba un pequeño parque y la circularidad de los condominios verticales limitando el horizonte.
Ella comenzó a enfatizar que los niños tenían la libertad de tomar el libro que quisieran y decidir dónde lo leerían y cómo, para lo cual había colchonetas y cojines. De esta forma, la idea de que el niño podía sintonizar su cuerpo con el leer estaba presente en el discurso de Petit, aunque no claramente enunciado.
Una maestra pidió la palabra y le preguntó si en su biblioteca tenía libros sobre sexualidad. Petit respondió que ciertamente los había y que eran de lo mejor y de más calidad que había podido encontrar, con ilustraciones y explicaciones claras.
Otra señora levantó la mano y preguntó si los niños también podían tomar libremente los libros de sexualidad, a lo que Petit repondió con una afirmación. Un enorme rumor invadió la sala. A continuación un señor se puso de pie y dijo que él era profesor y dirigía un taller de lectura y redacción a nivel de bachillerato, y que por nada del mundo permitiría que sus alumnos escogieran las lecturas, pues para eso estaba él que era el conocedor. Hubo otro gran rumor.
Llegó la hora del café y todo el mundo hablaba sobre la osadía de la francesa, y si no se daría cuenta del peligro en el que ponía a los niños. Las declaraciones iban y venían: "Es un atrevimiento". "¿Lo sabrán los padres de esas criaturas?" "¡Pero qué se cree!" Así por el estilo transcurrió el café. Curiosamente, la ponente no compartió el receso con nosotros en esa ocasión, sino que la atrajeron aparte los miembros del staff de la editorial.
Regresamos a la última sesión y se acabaron las cordialidades y la participación: Sólo habló Petit y no hubo preguntas ni nada. Pasamos al coctel y casi nadie le hacía plática. Intentamos tratar con ella sobre lo ocurrido, pero nos dijo que no se había dado cuenta y no le dio importancia.
¿Qué ocurrió?
Una explicación es que Michèle Petit tiene la idea de que el niño es un ser bueno al que la libertad de elegir sus lecturas puede ayudarle a crecer y ser mejor, debido a su innata bondad. En contraparte, nuestros coterráneos parecían asumir que el niño nace con una predisposición a ser malo, y que si tiene la libertad para elegir sus lecturas se convertirá en algo peor. Por este motivo, no se le puede dejar leer cualquier cosa, sino que debe haber adultos responsables para guiarle.
Es preciso aclarar que ambas nociones son válidas y funcionales en sus respectivos nichos culturales, y que lo que pudimos testificar en esa sesión de Petit fue una diferencia entre la vida de Francia y la de México.
Juan Domingo Argüelles
Agreguemos que, por increíble que parezca, en pleno siglo XXI perviven algunas ideas en el mundo en la figura de los preceptores de lectura, en quienes se pueden expresar con mayor frecuencia los riesgos a los que se refirió Juan Domingo Argüelles en su libro Antimanual para lectores... (2008), y que son los siguientes:
1) El síndrome del sermón. Consiste en buscar permanentemente modificar la vida de los demás.
2) El fundamentalismo cultural. Ocurre cuando creemos que el fin de la lectura es leer libros selectos para estar moralmente por encima de los no lectores.
3) Concebir y usar el libro como fetiche. Se manifiesta cuando creemos que el libro es sagrado y que es símbolo de poder.
4) El ansia de popularidad. Se da cuando creemos conocernos y que sabemos lo que es correcto o conveniente para los demás.
5) Las generalizaciones infundadas. Ocurre cuando creemos que lo que creemos y sabemos es universal.
Tenemos así que las preconcepciones tipo "niño malo" o "niño bueno", o los riesgos que menciona Domingo Argüelles son constructos sociales que se sustentan culturalmente. De este modo, no se les puede calificar sencillamente como buenas o malas, sino como adecuadas a las sociedades. Pero, ¿cuántos habrán pensado antes este asunto a la hora de emprender la animación a la lectura? Otro tema para la reflexión.

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