lunes, 20 de junio de 2011

17. POLÍTICA PÚBLICA DE LECTURA

Desde hace algunos años, varias voces han expresado su desconcierto por los modos como se conducen los discursos y las acciones en materia de lectura en México. Este estado de ánimo no es uniforme, sino que presenta diferencias en los enunciados, que a su vez apuntan a las distintas posiciones de sus expositores y a la multiplicidad de miradas que pueden hacerse sobre el leer. A modo de ejemplos, tenemos las siguientes declaraciones expresadas entre los años 1995 y 2007:
Amelia Rivaud Morayta (1995) indica que se calcula que el lapso para crear hábitos de lectura en una sociedad es de aproximadamente 50 años. No obstante, da la impresión de que en México no hay un seguimiento de las experiencias que se vienen aplicando a partir de los esfuerzos de José Vasconcelos para instalar bibliotecas, editar libros y formar lectores, seguidos de otros muchos planes, programas y acciones gubernamentales a lo largo del siglo XX.
Felipe Garrido (2001) se dice sorprendido de que en nuestra nación no se haya realizado un esfuerzo comparable al de la edición de los libros de texto gratuito en el terreno de la formación de lectores, pues la escuela ha supuesto que una vez alfabetizado un alumno puede convertirse en lector por su propia cuenta, además de que ha creído que lo importante en su recinto no es leer, sino estudiar.
Elsa Ramírez Leyva (2002) apunta la existencia del problema que representa la lectura para la sociedad de la información, la cual debe distinguirse por contar con ciudadanos capaces de acceder y usar la información, así como convertirla en un bien para el beneficio individual y colectivo que conduzca al progreso.
Gregorio Hernández Z.
Gregorio Hernández Zamora (2002) manifiesta que le causan extrañeza las voces de alarma de aquellos que sin apartarse de sus muchos libros, en sus bibliotecas privadas, dicen que la mayoría de la gente no lee, pero difícilmente ponen un pie en los barrios pobres de este país para conocer lo que los jóvenes o adultos pobres efectivamente están leyendo, las razones por las que eligen leer lo que leen y las maneras no convencionales que tienen de leer. Cuatro años depués, el mismo investigador asegura que la educación, la cultura y la lectura tienen asignada la función de culturizar a los grupos atrasados, o sea, a los subordinados, cuyos conocimientos y prácticas culturales se descalifican de antemano, a la vez que se legitima la cultura verdadera de las élites.
María Alicia Peredo Merlo (2005) se pregunta por qué cuando nos referimos a la lectura sólo enfatizamos la que se hace a los libros, si las personas leen tantos textos distintos cada día. Cada uno de esos distintos mensajes tiene un significado asignado para el lector, que puede variar con las diferencias culturales de los sujetos, quienes atienden detalles diferentes, y por tanto interpretan y transmiten información diversa. En este sentido, afirma que las personas que leen textos más variados son también más hábiles a la hora de verbalizar su pensamiento.
Libro de Escalante G.
Fernando Escalante Gonzalbo (2007) apunta que el discurso oficial sobre la lectura en México se enfoca en el ideal ilustrado, el culto a la razón y el conocimiento. De este modo, la lectura importa como forma de conocimiento, porque nos hace mejores y nos quita el peso de supersticiones y prejuicios: La lectura nos hace libres. Dice que esta construcción ideal de la lectura contribuye a hacer de ella un criterio de distinción en la medida en que mantiene y refuerza el valor simbólico del libro, lo que resulta en la obligatoriedad ritual que se impone a los distintos actores sociales para que simulen y digan que leen y que la lectura es importante. Por este camino, se llega como corolario a disculpar al libro por la dificultad que presenta su lectura y se culpa a las personas por su falta de hábitos para leer.
Vemos en este breve repaso que seis pensadores problematizan la lectura, ora indicando las causas de las dificultades, o bien matizando la naturaleza de los problemas o las ambigüedades de los conceptos involucrados en su desarrollo. Además, uno de los planteamientos indica la necesidad de la lectura para asegurar el futuro de nuestro país.
En teoría, estos distintos puntos de vista deben ser recogidos para hacer políticas públicas, que son enunciados diseñados para servir como guía o plan en la toma de decisiones o para la ejecución de las acciones que se emprenden para lograr un fin determinado. Por consiguiente, tenemos que el diseño de políticas antecede a la determinación de sus instrumentos, que son los que permitirán materializar lo que dicen los enunciados de política.
Los instrumentos de política pueden ser las leyes, las normativas, los planes y programas, los procesos y procedimientos, los aparatos de seguimiento y para las mediciones, las actividades formativas y todos los medios de planeación, organización y ejecución que se determinan para llevar a cabo lo que enuncian las políticas públicas.
Programa Mexico Lee
Butrón Yáñez y Arriola Navarrete (2004) realizan un recuento de las políticas públicas de lectura que se han aplicado en México en los últimos 35 años. Así, partiendo del año 1971 hacen un recorrido por los distintos instrumentos de política pública utilizados por el gobierno, como son:  La edición y distribución de libros de bajo costo y para lectores de distintas edades; la dedicación de un día del año para festejar al libro (12 de noviembre); la constitución del Consejo Mexicano de IBBY; el arranque de la Feria del Libro Infantil y Juvenil; la creación de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas; el establecimiento del CONACULTA como organismo desconcentrado de la Secretaría de Educación Pública y responsable del fomento a la lectura en toda la nación; el decreto de la legislación federal en materia de lectura; y la creación de programas bibliotecarios para las escuelas de educación básica.
Estos autores comentan que hallaron dos inconvenientes en los distintos instrumentos de política pública de lectura: Su limitación a un público-meta de escolares de educación básica y la falta de seguimiento, lo que les hace pensar que más bien se trata de instrumentos que sirven más a fines políticos que para la atención a necesidades de la población.
A lo anterior podemos agregar que estos instrumentos no aclaran a cuáles políticas públicas sirven, o sea, no indican con claridad los fines que los guían. De esta manera, podríamos pensar que se busca resolver un problema educativo, o que se quiere mejorar como país, o que el tema de la lectura nos ha sido impuesto por la continua reprobación de las pruebas de español por parte de los alumnos que terminan la educación básica. También, podriamos pensar que los instrumentos buscan beneficiar a la industria editorial, o tal vez favorecer a los intelectuales de nuestros país y así frenar la fuga de cerebros hacia el extranjero. Cualquier cosa pueden enunciar esas políticas no aclaradas.
Quizá, como indica Escalante Gonzalbo, la lectura no es cosa de uno, sino de dos: El que quiere y el que no quiere leer. De esta manera, mientras unos quieran que los otros lean, y los otros quieran que los primeros se dediquen a atender los problemas, es de esperar que tengamos mucha más lectura para comentar en los lavaderos. Así entendidas las voluntades, queda éste como otro tema para pensar.

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