sábado, 23 de julio de 2011

19. PROFESIONALIZAR LA LECTURA

La profesora no podía salir de la sorpresa, pues el cuentacuentos que acababa de irse luego de la práctica que había realizado con su grupo la dejó atónita después de que mencionó a uno de sus alumnos que él sólo leía cuentos para otros, ya que había estudiado para actor, pero que sabía poco de libros, por lo que no podría recomendar cuáles debían leer.
Antes de su partida, ella trató de platicar con él a solas para recomendarle que no anduviera diciendo eso a los alumnos, pero sólo obtuvo como respuesta que a los niños se les debía hablar con la verdad, y que un cuentacuentos se capacita a través de un diplomado para animar a la lectura, pero que no está obligado a leer todos los libros, ni alguno de ellos en particular. Además, le pagaban muy poco para que debiera leer para sí mismo todos los libros que le entregaban para sus actividades, pues sólo los ocupaba en su prepación para contar cuentos.
Si sólo conociéramos este caso de un animador que está en tal situación, pensaríamos que una gaviota no hace verano; sin embargo, encontramos varios ejemplos como el que aquí relatamos y otros más que nos han platicado, lo cual nos lleva a pensar en la necesidad de formar lectores profesionales y no sólo animadores a la lectura.
En relación con lo anterior, hace un par de años Martínez Menéndez escribió en la introducción de su proyecto de lectura en el aula que "en la actualidad, las ideas de lo que significa ser buen lector, muchas veces se confunden con las de un lector eficiente. La educación, hoy en día, tiene como principal objetivo la consecución de habilidades y estrategias que desarrollen lectores eficientes o competentes. Pero esto debería constituir el último nivel al cual los centros deberían conducir a sus alumnos; nos debemos limitar a generar lectores capaces de comprender en su totalidad un texto; es conveniente limitar el placer del texto a la satisfacción de comprender lo leído, estableciendo como fin de la lectura los planos instrumentales y formativos. O lo que es lo mismo, los docentes, aprovechando las competencias que elabora un lector eficaz, deben proponerse despertar en los alumnos la necesidad de la lectura recreativa, es decir, distinguir en el placer de la lectura el objetivo principal del buen leedor".
En esta larga cita, la autora se refiere a la imperiosa necesidad de tener una perspectiva realista sobre las capacidades de los alumnos que se forman como lectores y que no pueden alcanzar el nivel de lector ideal (eficiente o competente), aunque si pueden llegar a ser buenos lectores que reconozcan y necesiten la lectura recreativa y comprendan la totalidad de un texto. Para establecer esta distinción, acude al concepto de "leedor", que según el diccionario de la RAE es de uso antiguo y significa el 'que lee', a diferencia del "lector", que es el 'que lee o tiene el hábito de leer'. Es así que según esta fuente la diferencia tiene que ver con la existencia del hábito de leer en la persona.
Casado Velarde dice también que hay un lector y un leedor. Para distinguir ambos nombres, cita a Pedro Salinas, quien en 1948 estableció la desigualdad entre las nociones correspondientes: El lector es quien lee por leer, sin verse movido por otras aspiraciones. Asimismo, es el primer beneficiario del mensaje y partícipe de una experiencia vital. El lector recibe y entrega en el acto de leer. Al contrario, el leedor es una caricatura del lector, que sólo lee para lograr otra cosa a su propia conveniencia. No se dedica a la lectura, sino que ésta es sólo un medio para él.
De esta forma, la distinción entre medios y fines es un hallazgo que habremos de tratar en otra ocasión, aunque ahora sólo indicaremos, sin ningún motivo que busque establecer elitismos, que hay elementos que apuntan a la existencia de una lectura-como-fin y una lectura-como-medio, además de que hay un paralelismo (no analogía) entre esas dos y las lecturas por placer y utilitaria.
Podemos notar asimismo que para la palabra "lector" en el mismo diccionario de la RAE se tienen varios significados. Cuando tratamos de ponerlos en un posible orden cronológico, a partir del más antiguo, encontramos los siguientes usos:
(1) Nombre del cargo que tenía un clérigo, un catedrático o un maestro que se dedicaba a enseñar.
(2) Católico facultado para leer en voz alta la palabra de Dios en los actos litúrgicos.
(3) Persona que en las editoriales lee los originales para decidir sobre la conveniencia de publicarlos.
(4) Persona que lee en voz alta para otros.
(5) Persona que lee o que tiene el hábito de leer.
(6) Dispositivo electrónico que convierte información de un soporte determinado en otro tipo de señal, para procesarla informáticamente o reproducirla por otros medios.
Este recorrido nos permite apreciar en forma histórica lo que nombramos como "lector": Desde una función que realizaba alguien educado y reconocido para cumplirla en cierto medio, pasando por cualquier persona que lea, hasta una máquina, pareciendo que los referentes de la palabra hubieran cambiado como resultado de procesos de democratización y mecanización de la lectura, ocasionando con ello los cambios respectivos de los significados.
Es de notar que la palabra "lector" se distinguía en el pasado de "leedor" por la investidura que se reconocía y estaba asociada a su aplicación, de modo que el lector era quien tenía el encargo de leer en procesos educativos, catequísticos o propagandísticos. En contraparte, el leedor era cualquier persona capaz de leer. La palabra "leedor" cayó en desuso, pero su significado a la larga se atribuyó al lector.
El cargo o empleo del lector en el pasado se llamaba "lectoría", y resulta interesante saber que hoy se nombra con esta palabra el conjunto de los lectores de un medio de comunicación (prensa y radio). En Perú, también se llama así a la propia lectura y al conjunto de usuarios de las bibliotecas públicas. En Argentina, es el nombre de una empresa consultora dedicada al mercado editorial. Hay también un blog, una biblioteca virtual y un sitio de Facebook que se nombran con esta palabra. Tenemos además que el vocablo "lectoría" se traduce al inglés como "readership". En alemán, se traduce como "Lektorenamt", cuando se refiere a su uso en la iglesia, y "Lektorat" al aplicarse a la universidad, con lo cual parece conservar los usos antiguos.
Garland, J. of (1495). Synonima magistri.
Observamos  que en la Edad Media Aimericus de Gastine escribió un Ars lectoria (ca. 1086), que es un códice parisino que trata de la prosodia, misma que se debia aprender para así garantizar la correcta pronunciación y acentuación de los textos leídos. El lector también debía aprender la exégesis, pues le correspondía responder a las dudas sobre la correcta interpretación y el significado de las palabras. Casi dos siglos después (ca. 1248), el gramático John of Garland conoció el tratado de Aimericus y realizó escritos para introducir sus nociones al mundo anglosajón.
Ahora bien. Nos preguntamos qué podría impedir que se actualizara este uso antiguo de la lectoría y que se emprenda a partir de hoy una formación de lectores profesionales, mismos que se deberían distinguir de los leedores de nuestros días. Por esta vía, se podrían formar lectores que tengan los conocimientos teóricos y metodológicos, además de haber realizado las prácticas que les permitan moverse en los mundos del lector, la intermediación y los textos.
Pensamos, por ejemplo, en lectores que conozcan sobre la ergonomía de la lectura, que sepan la metodología para realizar estudios de lectores y que hayan realizado investigaciones de comunidades específicas. Lectores que sean capaces de negociar con los leedores a través de un conocimiento metodológico para hacerlo, y que puedan utilizar estos conocimientos y experiencias para promover políticas de lectura.
Creemos que una profesionalización de la lectura no debe quedarse a medio camino entre la animación a la lectura, tal como se realiza hoy, y la promoción editorial o cultural que sólo sirve a fines políticos o mercantiles. Para ello, estamos trabajando una propuesta que les presentaremos en otra entrega aquí mismo, por lo que vamos a continuar con este tema y les invitamos a unirse a este esfuerzo de la inteligencia.

Bibliografía
Casado Velarde, M. (2006). La lectura, espacio de humanidad. Pensamiento y cultura, 9(1), 73-81.
García Tejera, M. del C. (1988). La teoría literaria de Pedro Salinas. Cádiz: Seminario de Teoría de la Literatura.
Martínez Menéndez, I. (2009). Proyecto de lectura en el aula: Fundamentos básicos para su puesta en práctica. Innovación y experiencias educativas: Revista digital, 17. Localizado: 23 jul. 2011. En: http://www.csi-csif.es/andalucia/modules/mod_ense/revista/pdf/Numero_17/IRENE_MARTINEZ_MENENDEZ_2.pdf